miércoles, 23 de marzo de 2016

Hoy hay luna llena.

He abierto unos cajones que hacía diez años que no abría. He abierto los cajones del pasado. He viajado a mi pubertad. Me parece curioso lo estereotípico de todo aquello que encuentro. Lo claramente que definen estos objetos la transición de niña a mujer, el bildungsroman de toda chica adolescente, que adolece de conocimiento sobre su cuerpo, quiere explorar(se), ser popular, sin perder la identidad propia. La inocencia transformándose en picardía, la rebeldía gestándose en un cuerpo en transformación mientras no se quieren perder los recuerdos de la infancia.

Primer cajón:
Un teclado de la carcasa de mi primer móvil. Un tren de juguete de un Huevo Kinder. La cartera que me regalaron en la Caixa para cuando llegase el euro a España. Hadas de plástico. Una piedra en la que pone ANDREA X JAVIER. Una chapa del musical We will rock you, mi primer musical y una de mis primeras aproximaciones a la música rock. La llave de mi diario.  Unas tiras de cera fría. Símbolos anarquistas y comunistas. Una fotocopia del abono joven de Manuel González Carmona, un vecino de diecisiete años asesinado en mi barrio. Yo tenía catorce años. Su foto ahora me es distante, lo veo mucho más joven. En su momento su muerte me impactó tanto como para buscar imágenes de él en Internet y así no olvidar nunca su cara. Su abono caducaría en 2007.

Segundo cajón:
Un atrapasueños hecho por mí. Un libro sobre leyendas celtas. Una postal de cumpleaños escrita que nunca entregué. Cordones con la bandera rastafari. Manual de la Gameboy Color. Cartas del tarot. Cacao para los labios. Aceite esencial de vainilla. Cromos de Harry Potter, los que había cuando aún no habían sacado las películas y las imágenes eran dibujos. Un blíster medio lleno de Saldeva. Compresas. Tenía once años y ya tenía la regla.

Tercer cajón:
Un blíster de Antalgin. Otro blíster de ibuprofeno. Una guirnalda hecha de estrellas. Unos dibujos de una gota, que para mí simbolizaba el elemento del agua, y sentía que me representaba de algún modo. Sales de baño con lavanda (que yo usaba para mis "conjuros"). Una luna de cerámica. Pelotas de goma. Un recuerdo de Viena. Un tamagotchi falso. Tres calcetines de navidad, en los que pone Andrea, Papá y Mamá. Un papel en el que hay dibujados unos tampones. Una bolsa de gomas para los brackets. Un collar celta. Un muñeco de Charlie Brown.


Después de ver hace unos días el documental La luna en ti, y analizar mi relación con mi cuerpo, mi ciclo menstrual, los procesos vitales y fisiológicos por los que toda mujer pasa, me quedé en shock, y decidí informarme rápidamente sobre todo lo que encontrase respecto a este tema. Acabé en el Camino Rubí informándome sobre "soy 1 soy 4", todas las mujeres que somos durante un ciclo menstrual. Cómo nos influye nuestra naturaleza. La relación que tenemos con la Luna. Ahora, al ver todos estos recuerdos almacenados en cajones durante años, compruebo mi preocupación por la menstruación, veo todo tipo de alusiones a la naturaleza, la magia, remedios naturales, relaciones con la Luna, los elementos y el universo, todo tipo de pensamientos naturistas que había eludido por completo. Y me pregunté cuándo había olvidado todos esos conocimientos o ese afán de aprender, por qué había estado omitiendo ese lado durante todo este tiempo. Es momento de reencontrarse con el cuerpo. Y hoy hay luna llena.

martes, 19 de enero de 2016

La alienación de las ciudades.



Siempre he sido una persona que ha necesitado escapar, huir de la sociedad y de las ciudades. Como un respiro. La evidencia de que la Naturaleza espera, que siempre va a estar ahí, encuentre donde me encuentre, sea España, Finlandia o Chile, es lo que consigue calmarme. Porque la vida en las ciudades aliena. Es una certeza. Existe algo parecido a "enfermar por capitalismo", o simplemente sentirse inválido, incapacitado para adaptarse al ritmo frenético de la vida moderna. 
Y no es fácil desintegrarse de la vida cómoda en la que se nos ha introducido a través de la tecnología, la vida en la cual los amigos los conforman los "me gusta" en las publicaciones, donde si miras el teléfono móvil, "nunca" te sentirás solo. Y es difícil ver la verdad que subyace a todo esto, y es duro comprobar que se siente todo lo contrario, que al mirar el móvil sólo puedes ver la cadena invisible que lo ata a tu mano, la más absoluta de las soledades. Y el metro, y las calles atestadas de gente, y el dinero, y el tráfico, la contaminación, el cáncer, internet, "no tener tiempo", el no poder ver el horizonte mientras caminas entre titanes de hierro y ladrillo.


La semana pasada decidí ir sola a ver la exposición sobre Edvard Munch en el Museo Thyssen. Dentro de las etapas presentadas dentro de la exposición, me llamó especialmente la atención una llamada "Pánico". La descripción dice:
Durante la segunda mitad del siglo XIX, el nuevo ambiente de las ciudades, abarrotadas por las masas, transformó el modo en que el hombre moderno percibía su relación con el mundo. Las patologías emocionales de la gran ciudad -la angustia, la ansiedad y la incertidumbre- que sustituyeron a los viejos ideales y convicciones, se vieron reflejadas en imágenes como Ansiedad, El Grito, o Pánico, en las que el entorno urbano aparece representado como un lugar de estrés y agitación, donde el hombre se ve sometido a una experiencia traumática.

Es curioso, porque si bien conocemos todos que la pintura de Edvard Munch tiende al agobio, a lo turbio, a la muerte, por otro lado cuando él entró en su etapa más vitalista fue cuando volvió a la Naturaleza, cuando empezó a pintar motivos agrícolas, escenas rurales o las estaciones del año. Su optimismo se puede reducir a esta cita suya:
«De mi putrefacto cadáver brotarán las flores, y yo estaré en ellas, la eternidad.»

Ese mismo día leí un poema de Alfonsina Storni, titulado Siglo XX, en el cual se habla del hastío de este tipo de vida. Me pareció una completa coincidencia, y se me ocurrió aunar en este nuevo blog en el que pretendo volcar de mis entrañas -de mis vísceras- todo aquello que me interesa, me aterra o necesito simplemente expulsar. Por ello he reunido ciertos poemas y citas de algunos autores respecto a este tema, y pinturas y xilografías por parte de Edvard Munch. Empezaré por los diferentes estudios de pintura del mismo concepto, la ansiedad, en los cuales los colores comienzan a solaparse y a formar una capa gruesa e inquebrantable.





SIGLO XX

Me estoy consumiendo en vida,
Gastando sin hacer nada,
Entre las cuatro paredes
Simétricas de mi casa.

¡Eh, obreros! ¡Traed las picas!
Paredes y techos caigan,
Me mueva el aire la sangre,
Me queme el sol las espaldas.

Mujer soy del siglo XX;
Paso el día recostada
Mirando, desde mi cuarto,
Cómo se mueve una rama.

Se está quemando la Europa
Y estoy mirando sus llamas
Con la misma indiferencia
Con que contemplo esa rama.

Tú, el que pasas; no me mires
De arriba a abajo; mi alma
Grita su crimen, la tuya
Lo esconde bajo palabras. 
Alfonsina Storni               
      





«Me voy a Panamá para vivir como un salvaje. Me haré fuerte lejos de los hombres. » 
Paul Gauguin. Escritos de un salvaje.





«He aquí nuestra inmensa, salvaje y rugiente  madre, la Naturaleza, que se extiende a nuestro alrededor con la belleza y el amor hacia sus crías que exhibe el leopardo. Y, sin embargo, qué pronto hemos sido destetados y entregados a la sociedad, a esa cultura que no es sino mera interacción del hombre con el hombre, una suerte de reproducción endogámica que da lugar, en el mejor de los casos, a una vulgar nobleza inglesa, a una civilización destinada a un pronto final.» 
Henry David Thoreau, Caminar.





«En la profundidad del bosque, completamente solos, mientras el viento sacude la nieve de los árboles y dejamos atrás los últimos rastros humanos, nuestras reflexiones adquieren una riqueza y variedad muy superiores a las que ostentan cuando estamos inmersos en la vida de las ciudades. »
Henry David Thoreau, Un paseo invernal.



The Call Of The Wild 
The heavy old man in his bed at night
Hears the Coyote singing
                              in the back meadow.
All the years he ranched and mined and logged.
A Catholic.
A native Californian.
           and the Coyotes howl in his
Eightieth year.
He will call the Government
Trapper
Who uses iron leg-traps on Coyotes,
Tomorrow.
My sons will lose this
Music they have just started
To love.
The ex acid-heads from the cities
Converted to Guru or Swami,
Do penance with shiny
Dopey eyes, and quit eating meat.
In the forests of North America,
The land of Coyote and Eagle,
They dream of India, of
        forever blissful sexless highs,
And sleep in oil-heated
Geodesic domes, that
Were stuck like warts
In the woods. 
And the Coyote singing
        is shut away
        for they fear
        the call
        of the wild. 
And they sold their virgin cedar trees,
        the tallest trees in miles,
To a logger
Who told them, 
"Trees are full of bugs."
The Government finally decided
To wage the war          all-out. Defeat
       is Un-American.
And they took to the air,
Their women beside them
        in bouffant hairdos
        putting nail-polish on the
        gunship cannon-buttons.
And they never came down,
        for they found,
        the ground
is pro-Communist. And dirty.
And the insects side with the Viet Cong. 
So they bomb and they bomb
Day after day, across the planet
        blinding sparrows
        breaking the ear-drums of owls
        splintering trunks of cherries
        twining and looping
        deer intestines
        in the shaken, dusty, rocks.
All these Americans up in special cities in the sky
Dumping poisons and explosives
Across Asia first,
And next North America, 
A war against earth.
When it's done there'll be
        no place 
A Coyote could hide. 
                                            envoy 
                                  I would like to say
                                  Coyote is forever
                                  Inside you. 
                                  But it's not true. 

Gary Snyder, Turtle Island.



Carta para que me manden madera 
Ahora para hacer la casa,
tráiganme maderas del Sur,
tráiganme tablas y tablones,
vigas, listones, tejuelas,
quiero ver llegar el perfume,
quiero que suenen descargando
el sonido del Sur que traen. 
Cómo puedo vivir tan lejos
de lo que amé, de lo que amo?
De las estaciones envueltas
por vapor y por humo frío?
Aunque murió hace tantos años
por allí debe andar mi padre
con el poncho lleno de gotas
y la barba color de cuero. 
La barba color de cebada
que recorría los ramales,
el corazón del aguacero,
y que alguien se mida conmigo
a tener padre tan errante,
a tener padre tan llovido;
su tren iba desesperado
entre las piedras de Carahue,
por los rieles de Colli-Pulli,
en las lluvias de Puerto Varas.
Mientras yo acechaba perdices
o coleópteros violentos,
buscaba el color del relámpago,
buscaba un aroma indeleble,
flor arbitraria o miel salvaje,
mi padre no perdía el tiempo:
sobre el invierno establecía
el sol de sus ferrocarriles. 
Yo perdí la lluvia y el viento
y qué he ganado, me pregunto?
Porque perdí la sombra verde
a veces me ahogo y me muero:
es mi alma que no está contenta
y busca bajo mis zapatos
cosas gastadas o perdidas.
Tal vez aquella tierra triste
se mueve en mí como un navío:
pero yo cambié de planeta. 
La lluvia ya no me conoce. 
Y ahora para las paredes,
para las ventanas y el suelo,
para el techo, para las sábanas,
para los platos y la mesa
tráiganme maderas oscuras
secretas como la montaña,
tablas claras y tablas rojas,
alerce, avellano, mañío,
laurel, raulí y ulmo fragante,
todo lo que fue creciendo
secretamente en la espesura,
lo que fue creciendo conmigo:
tienen mi edad esas maderas,
tuvimos las mismas raíces. 
Cuando se abra la puerta y entren
los fragmentos de la montaña
voy a respirar y tocar
lo que yo tal vez sigo siendo:
madera de los bosques fríos,
madera dura de Temuco,
y luego veré que el perfume
irá construyendo mi casa,
se levantarán las paredes
con los susurros que perdí,
con lo que pasaba en la selva,
y estaré contento de estar
rodeado por tanta pureza,
por tanto silencio que vuelve
a conversar con mi silencio. 
 Pablo Neruda,  Estravagario.




Y para terminar, añado unos versos del poema La poesía es un atentado celeste, de Vicente Huidobro, los cuales escribió en los últimos momentos de su vida, cuando sentía de cerca la muerte. Quiero cerrar esta entrada con estas palabras, y como él, al morir también querría abandonar mis carnes y convertirme en árbol, y ser eterna.

Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de corteza
Me estoy convirtiendo en árbol. Cuántas veces me he ido
convirtiendo en otras cosas
Es doloroso y lleno de ternura
Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación
Hay que guardar silencio Esperar en silencio